martes, 20 de septiembre de 2011

"Los Sinsentidos" de Verónica Schell.

Los Sinsentidos es un volumen compuesto por relatos de distinta índole. Estos textos se agrupan en diferentes secciones de acuerdo a los temas que atraviesan las distintas historias. Acá les presento un pequeño recorrido por cada una de esas secciones con una pequeña selección de fragmentos.

Secciones:

I-Primeros juegos literarios. Compila los primeros relatos creados.
II- De charlas efímeras y otros menesteres. Sucesos de la "realidad" convertidos en literatura.
III-Lágrimas literarias. Textos que provocan las emociones.
IV- Historias intercambiables.Anécdotas reales con formato literario.
V- Intentos recientes. Producción literaria más actual.
VI- Origen-fin. Sección de textos poéticos.

Disponible en formato libro a través de Editorial Martin.

I-Primeros juegos literarios.


“Los sinsentidos”.


El momento que precede al despertar es lo más parecido a la felicidad. Sin reparar en lo que nos tocó en suerte vivir, cuando uno todavía no se percata de sus obligaciones; entonces, cuando suena la alarma del reloj, una gran pesadez invade el pensamiento, desplazando todo aquello que resulta indudablemente placentero. La sensación de la ausencia de toda obligación provoca plena tranquilidad, lo importante no importa.


1.
Cada mañana Am se examina frente al espejo, recorriendo con la vista las incipientes arrugas que ya pueblan su rostro aniñado, se mira los dientes verificando que todo esté en su lugar, tal como lo dejó la noche anterior. Se arregla su cabello castaño claro. No recuerda dónde estuvo, pero su cefalea y los restos de maquillaje le brindan alguna pista.
No estaba en casa y sentía una desconocida fragancia. Fue hasta la habitación, la cama aún permanecía revuelta. Se dirigió hasta la ventana, corrió la larga y pesada cortina de terciopelo. La luz invadió, inescrupulosa, cada rincón como una inundación obligándola a entrecerrar los ojos. No tenía la menor idea de dónde se encontraba, pero la vista era bella. Miró al rincón, había un tocadiscos olvidado por el tiempo con un disco de vinilo listo para que alguien lo prendiera; lo tomó entre los dedos y decía: Astor Piazzolla. Libertango, encontrar algo conocido reconfortó su aturdida mente.
Escuchó el disco una y otra vez con la vana esperanza de que le recordara la razón de su estadía allí. Abrió un poco el vidrio y una leve brisa calurosa le avisó que era verano.
Después de un rato de letárgica contemplación, el ruido de la llave en la cerradura la distrajo. Rápidamente un joven viril de barba y largo cabello negro atravesó con seguridad la puerta, se acercó y con palabras cariñosas la besó fogosamente en los labios todavía resecos. Como para disimular la sorpresa le devolvió el saludo y le preguntó la hora, el joven le respondió que eran las tres de la tarde.
La situación le resultaba lo suficientemente confusa como para ahondar en detalles con el desconocido. Pronto se decidió y salió a toda marcha hacia la calle para averiguar adónde estaba. Una vez afuera, se aquietó al ver que la gente era “normal”, quiero decir al menos se trataba del planeta Tierra.
Las personas se dirigían de un lado a otro, y nadie reparaba en su presencia. En una actitud desconocida en ella, detuvo a una anciana para preguntarle adónde estaba. La vieja la miró con sorpresa. Luego de insistir unos minutos le dijo: “Mire señorita lamento no poder ayudarla, no soy de acá”.


En un acto reflejo, saqué un paquete de cigarrillos y manoteando a ciegas en el bolsillo saqué el encendedor, y prendí un cigarro que se había posado en mis labios. Le di la primera pitada, y una sensación de familiaridad invadió mis pulmones, era como si lo hubiese hecho toda la vida. Me sentía desolada en una situación que no alcanzaba a comprender. Vagué un rato sin rumbo fijo, y encontré una playa. Con cautela me acerqué a unos jóvenes, con apariencia de intelectuales, que conversaban apoyados en un pequeño paredón que rodeaba el perímetro de la playa. Una vez a su lado les susurré si me podían decir dónde estaba, a lo que uno de ellos respondió: “Estamos en La Inconsciencia” pero no entendía cómo había llegado allí.

Fragmento de "Los Sinsentidos".

II- De charlas efímeras y otros menesteres.


“Bancos”.

En la cola del banco nos solemos topar con ese tipo de personajes que no paran de hablar de su vida con quien se aparezca a su lado. La vieja confiada no dudaba en contarle al joven de suéter blanco atado en los hombros, que iba a sacar plata para mandarle a su nieto un giro, para que se compre el pasaje de vuelta de España, adonde había ido con la promesa de una vida mejor y terminó trabajando de albañil.
“Bla, bla, bla”, pensaba el joven mientras le esgrimía una sonrisa a la anciana que no paraba de hablar ni un segundo. El joven, en tanto, miraba impaciente la fila que no avanzaba hacía ya varios minutos, sin querer resopló y la anciana le dijo: “perdón querido te estoy aburriendo con mis historias…” y puso una cara de tristeza infinita que logró conmover al joven que sintió un poco de culpa y le respondió: “No, perdón abuela, ¿sabe lo que pasa?, es que estoy apurado, y esta fila que no avanza la puta madre…”. El joven se sonrojó por sus palabras, a lo que la vieja dama agregó una sonrisa de compromiso, y casi sin planearlo una lágrima rodó por su mejilla.
El joven desorientado no sabía qué hacer y le dijo: “abuela disculpe si dije algo que la hizo poner mal”. La vieja respondió: “No te preocupes hijo, en realidad sólo vengo a cobrar la jubilación no tengo a nadie a quien enviarle dinero, perdón por la mentira”. A veces suele inventarse este tipo de historias cuando está sola y se las termina creyendo.
De repente, entre la multitud de clientes impacientes apareció una mujer que miraba con cara de preocupada entre la gente, hasta que se acercó hasta donde estaba la viejita y le dijo: “¡Abuela adónde te habías metido, no me puedo descuidar un segundo con vos eh…! Disculpe señor si le dijo algo indebido es que está un poco senil la pobre, se la pasa inventando historias”.
El joven no lo podía creer: había sido engañado por una anciana solitaria…pero qué tanto, después de todo había pasado el rato y el siguiente número que llamaron era el de él. Entonces volvió a su vida y se olvidó para siempre de aquel ridículo episodio.

III- Lágrimas literarias.

“El sabor del metal”.

Sobre Bin Jip de Kim Ki Duk.

La preparación para ese “gran momento” de la existencia o de la inexistencia; el aseo del cadáver, la preparación para la presentación ante las personas que concurrirán al gran evento. Debe verse como una persona viva, pensará el encargado de tan macabra tarea. Hay que darle vida a algo que naturalmente ya no la tiene.
Envolver el cuerpo en telas que preserven la esencia de ese envase, con lazos cuidadosamente anudados. Luego todo continúa naturalmente, los muertos ya están muertos, diría la mente fría que nunca falta.
La omisión de palabras provoca la condena. Visión limitada de las cosas, censura a través del pensamiento, de la suposición. La violencia ejercida en la ausencia de palabras. Las miradas que se cruzan, de tan tristes que no hace falta hablar. La mirada de desprecio, de indignación ante la sospecha presentada pero no asumida. El maltrato es el resultado de la violencia padecida, soportada, acumulada.
Presa de la violencia. La sonrisa desata la ira. La mente es todo lo que queda para fabricar falsas ilusiones. La pérdida de la libertad en 180º. El movimiento silencioso te hace desaparecer. Sigiloso a la luz, invisible a la luz. Creabas la ilusión de no estar. Trepabas hasta el cielo del cuarto. “¿Quieres desaparecer del mundo?”. Tal vez sea la única forma de escapar. La sonrisa parece ser una muestra del destello de libertad recuperado con la creatividad del ángulo de la mirada.
La prueba permite determinarlo, la imposibilidad de abarcarlo todo con la mirada, la impotencia de no poder abarcarlo todo, muestra ese límite imposible de cruzar. La suavidad de los movimientos permite desaparecer.
La presencia de lo inesperado. La belleza dormida. Lo imperturbable del sueño. “Déjala dormir”. El sueño confortable prepara para el duro despertar de la realidad. Se ocultó lo elemental, lo premeditado, lo limitado, no permite ver más allá de 180 grados.
Imita sus movimientos y se oculta. Puede escucharlo respirar pero no puede verlo, es como estar ciego. Luces y sombras determinan la verdad, ya nada permanece oculto, la verdad aparece frente a nuestros ojos. Escapar a la mirada como una presencia fantasmagórica que se esfuma frente a nuestros ojos.
El dolor del impacto de la pequeña esfera. Jugar con los sentimientos al extremo de desgastarlos. Invisibilidad absoluta. Esto lo percibimos sólo a través de nuestro limitado ojo, faltaría escuchar, oler, saborear. El sabor metálico de la sustancia que corre por las venas.
Habitar los lugares habitados por otros sin ser percibido, estar presentes en los pensamientos de otro, nos otorga una notoria presencia. Irrumpir en su caudal de ideas, trae o retrotrae la presencia misma de ese otro ser.
La pérdida de la libertad se acumula atrás de la puerta. Vivimos en una realidad fragmentada, dividida en instantes alternados entre la soledad, el silencio, el sonido y la compañía mutua de las soledades, cuando las palabras sobran.
La recuperación de aquello que hace sublime nuestra vida, aquella razón que detona la sonrisa, nos hace sentir parte de un todo. Nos devuelve la alegría y provoca dos palabras: “Te amo”, pero dichas a la persona incorrecta y dirigidas a esa otra persona que llena el corazón, la vida entera.
Las únicas palabras entre esos dos seres, el beso que funde los labios. La felicidad provoca la sonrisa. Las miradas la confirman. El deseo incontenible de reír. Las puertas guardan lo que creemos que no es propio, pero que es sólo la ilusión de creernos poseedores de algo.
La medida de peso en la balanza o el vaivén de la vida. La ilusión que es la vida, creada por nuestra mirada de las cosas que nos rodean.

IV- Historias intercambiables.

“La máquina de hacer sueños”.

Dedicado a Javier Puyol.

En realidad eran de esas personas que actuaban según lo que era correcto, jamás se hubieran atrevido a hacer algo para “engañar” a nadie. Como no podían hermanarse de otra manera, planeaban esa estafa maestra sin tiros ni víctimas, pero que si todo salía bien, les dejaría una tajada buena para cada uno.
Eran de esas mentes que se la pasan revisando minuciosamente los hechos, observando y tratando de entender cada detalle analizando la realidad circundante. Esa tarde se habían puesto a pensar en algo: por qué comer mierda si se puede comer comida. Respuesta: la mierda es más barata y más fácil de fabricar. Allí radica el origen de la dominación masiva de la humanidad por parte de algún sistema pergeñado perversamente. Para qué pensar tanto si alguien ya lo hizo por mí. Para qué analizar y pensar tanto. Para no ser uno más en la masa amorfa de la ignorancia.
La estafa resultaba sencilla y absurda a la vez. La meta era crear un dispositivo que brindara algún tipo de diversión y que fuera de distribución masiva como un MP3. Este dispositivo llamado tentativamente MT4 le garantizaba a su potencial usuario una realidad “virtual”-por supuesto, la realidad auténtica es bastante más cruel- que le mostrara lo que quisiera encontrar en su futuro. Es decir, concretaba aquellos sueños truncos a corto plazo.
Una mina de oro. ¿Pero cómo crear semejante cosa sin caer en la precariedad? Armaron bocetos y prototipos pero nada funcionaba, después de todo no eran científicos ni inventores. Pensaron en otra posibilidad: la música. Había varios inconvenientes, por ejemplo, cómo retener a la persona, cómo persuadirla para que escuche y estimule su mente para que comience el proceso.
Complicado pero no imposible. Se necesitarían ciertos requisitos para participar de este experimento:
1º- A la persona en cuestión le tiene que gustar fervientemente la música.
2º- Debe estar dispuesta a escuchar.
3º- Juzgar sólo por medio de los sentidos, no buscarle una explicación lógica a todo.

El primero en acceder fue un joven, un adolescente que se creía poseedor de todo conocimiento existente y por venir, que mostraba cierta “desilusión” frente a las novedades que le ofrecía la vida.
Era evidente que tampoco se mostraba sorprendido por la locura propuesta: estimular la mente de manera extrema mediante la música para extraer la verdadera esencia de la persona o para simplemente concretar un sueño trunco o fantasía personal.
El joven con cara de incrédulo y actitud de desgano se acercó al sillón proporcionado para esa ocasión especial. Se sentó y con cara de descrédito le dijo a Jota que encendiera la música cuando quisiera. Jota y Vera se miraron con gran expectativa. Un detalle: había que amarrar a la persona suavemente por las muñecas para que evitara escapar si el experimento no funcionaba rápidamente.
El joven con cara de intelectual se hacía el indiferente frente a sus “captores musicales”. Jota prendió la música y Vera cerró los ojos con miedo, como hacía cada vez que sentía que estaba por cometer un error, como si esto lo pudiera evitar.
Cuando las notas de la “Sinfonía Nº 9” de Beethoven empezaron a sonar el joven pareció entrar en una especie de trance. Su mirada se volvió más profunda y extasiado contemplaba la nada, parecía estar viendo algo que no se puede ver a simple vista.
A los gritos decía estar viendo las notas musicales corporizadas en el aire de la habitación. Era difícil creerlo. ¿Sería posible semejante estimulación sensorial? Tal vez sólo fuera una mera simulación de este personaje que creía saberlo todo y que no quería perderse la oportunidad de demostrar que hasta esto ya lo había experimentado y que podía volver de su “prueba” trayendo una experiencia renovadora para el mundo, nunca antes sentida por nadie. Las notas creadas por los músicos habían despertado su consciencia que estaba entre la vigilia y la ensoñación.
¿Era capaz de simular esta situación? Era poco probable. Cuando habían pasado unos nueve minutos y las melodías seguían sonando Jota y Vera continuaban mirando entre sorprendidos e incrédulos al joven.
Cuando Jota apagó la música, unos minutos después, el joven automáticamente volvió a su postura normal y dijo con cara de desagrado que había sentido lo mismo que cada vez que escuchaba música y que esta práctica no tenía nada fuera de lo normal.
Jota y Vera nunca pudieron saber si el joven mentía o no pero vieron una leve sonrisa embriagada en su rostro cuando salía de la habitación. Había un mínimo porcentaje de que hubiera funcionado, aunque el joven, (estaba claro) que nunca se los revelaría.

V- Intentos recientes.


“Dos caballos”.

Sobre “Dos Horses” de Los Natas.
A Marcelo Nicolás Martínez.

El aire del campo penetraba cada poro, lo atravesaba sin fin. Lograba desactivar cada partícula del ser que caminaba sin rumbo, casi derribado por el fuerte viento, el frío le calaba los huesos. Por momentos se caía y se golpeaba los codos, manos y rodillas, que ya comenzaban a sangrarle, las gotas corrían por su piel, el sabor metálico característico le caía por el rostro y lograba meterse por las comisuras de sus labios. Se detenía a limpiar sus ojos que eran invadidos por la polvareda con mezcla de sudor y sangre.
La luz de los relámpagos iluminaba la noche. Enceguecía a quien intentaba contemplarla. Los árboles en medio de la oscuridad ocultaban su presencia. Sus ojos encandilados no lograban descifrar nada entre tanta luminiscencia. Su presencia esperaba desde las sombras el momento adecuado para salir. La locura se había materializado sin piedad.
Estaba perdido, estaba lastimado, esa pelea lo había dejado malherido y desorientado. No debió ponerse a la altura de los peones que borrachos empezaron a pelearse por viejos amoríos. Estaba cansado, tenía que haberse quedado en su hogar, rutinario y familiar, al que llegaba cada tarde luego del duro trabajo en la tierra de su patrón.
Lo anormal de la situación es que se sentía distinto a otras veces, pero no era la primera vez que peleaba. A veces las contiendas verbales se empezaban a poner densas, el humo del tabaco, el olor del alcohol, el calor del fuego de las carnes asadas, el rayo del sol que en el atardecer se fundía con la tierra, la soledad del campo, el silencio, el sonido del viento, traía el hedor de los animales que vagaban por ahí, entre bosta y alambrados. Todo eso quedaba atrás con el caer de la tarde cuando recordaba que lo esperaba su hogar.
La noche lo amparaba y lo abrigaba. El frío era intenso, pero sólo se detendría cuando llegara hasta la casa, que mostraría por la ventana el calor de la fogata en este frío invierno.

A lo lejos divisaría su hogar, una sensación de alivio lo recorrería. Por la ventana se vería a su mujer que lo esperaría junto al fuego de la chimenea. La mesa estaría servida esperando su llegada. La comida caliente humeando en los platos. Los vasos con agua fresca del aljibe. El pan horneado esa mañana. Las servilletas y cubiertos colocados prolijamente sobre el blanco mantel. La habitación apenas iluminada por los candelabros de kerosene. La penumbra de la pequeña habitación del comedor. El fulgor de la chimenea rodearía de calor la remota escena. La acción ideal se dibujó en su mente.


En la cruel realidad, la madre transpirada aún sostenía el cuchillo mojado en sus manos. Los hijos permanecían inmóviles en el piso de la sala. Todo era silencio desde hacía unos minutos. Los gritos desgarradores no habían sido escuchados por nadie alrededor del pequeño rancho. Los gritos dolorosos de quien se encuentra con lo inesperado en su propia casa, en su propio hogar, en su propia madre. Madre que los contuvo en su seno y que los sacrificó en pos de quien sabe que augurios malsanos, de que problemas no solucionados.
La madre todavía conservaba en sus manos el puñal embebido en la sangre caliente de sus hijos, que yacían sin vida junto a ella. Su locura no tuvo límites se olvidó de que los había llevado en su vientre, olvidó el cariño con el que los miró a los ojos cuando los vio nacer, olvidó su amor y dejó espacio a su locura, la que había permanecido oculta a los ojos del mundo desde siempre. Esa locura que se marido percibía en el aire camino a casa…
Su hombre, el amor de su vida, el padre de sus hijos, sería su próxima víctima pero todavía no lo sabía, ignoraba lo sucedido igual que esos dos caballos atados en la puerta de la casa que desconocían lo que acababa de acontecer en el interior del refugio familiar. Esos dos caballos testigos silenciosos de lo sucedido, que no pueden salvo relinchar para advertirle a su dueño que algo acaba de pasar, algo muy malo, muy terrible en el dulce seno del hogar familiar.


VI- Origenfin.

↕∞.

Siniestro páramo del desierto que causa malestar.
La lejanía de lo conocido causa temor. No hay principio ni fin en el horizonte. Todo se duplica en la misma realidad conocida. El mal y el bien conviven en el mismo ser. Arrastrado hacia la neutralidad de sus actos. La oscuridad lo oprime. La luz del rayo en medio del diluvio lo inquieta. La luz lo divide, lo oculta y lo fragmenta en miles de partículas minúsculas.
Vuelve hacia el origen, se vuelve un montón de nada inicial, ni siquiera existe una palabra que describa su nuevo estado.
Quedó convertido en nada, que es menos que algo y menos que todo.
Las partículas que liberó el ser se fundieron con la naturaleza original nuevamente. Sólo será un recuerdo más entre tantos otros acumulados en una mente perdida del universo.
Al dejar de ser percibido por el ojo, abandonó su existencia transitoria. Fue alguien y ahora no es nadie y a la vez es todos los que se fueron junto con él a ese lugar de la nada.
Ese no-lugar que es su nueva morada no tiene principio ni fin tampoco ubicación exacta. No puede ser encontrado, pero tampoco debe ser buscado en ese lugar del que no se vuelve. Parece ser tan perfecto, tan especial que embelesa a todos y los seres se sienten persuadidos porque este lugar, que saca hasta lo desconocido de ellos, les hace olvidar quiénes eran antes de llegar. Por eso nunca vuelven.

Esta es una muestra de lo que pueden encontrar en el libro, espero que lo disfruten. Hasta la vista!